Me despertaron los gritos de mis vecinos que corrían por las calles buscando sacos, muebles viejos, todo lo que pudiera contener el agua que entraba a toda velocidad al pasaje. Cuando salí, no miento, ropa, electrodomésticos e incluso portarretratos flotaban por la calle. Nuestras casas eran de material ligero, nos las dieron mientras buscaban una “solución habitacional”, así mismo dijeron, pero de eso ya habían pasado casi diez años. El agua del canal entró sin piedad, sin pensar que éramos unos pobres pelagatos en medio de la pandemia. La municipalidad llegó a ayudarnos, pero solo evacuaron a las personas que estaban en cuarentena obligatoria. Pedimos sacos, pero ni eso nos dieron, solo nos dejaron cuatro pares de botas hasta la rodilla, para que los más aperrados lucharan contra la naturaleza.
Recuerdo a un místico que vi en la tele; él dice que el agua representa las emociones reprimidas. Pensé que habíamos botado todo nuestro malestar el 18 de octubre, pucha que estaba equivocado.